E-Book, Spanisch, 350 Seiten
Herederos de la Singularidad
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-16936-52-6
Verlag: Nowevolution
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 350 Seiten
ISBN: 978-84-16936-52-6
Verlag: Nowevolution
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Ingeniero de software dedicado al desarrollo y las nuevas tecnologías. Firme defensor de la libertad de las ideas y la información, pues cree que sin eso las personas jamás serán verdaderamente libres. Partidario de la protección del medio ambiente y de las energías limpias. Lector asiduo de ciencia ficción. Publicaciones de ciencia ficción: Novelas: Los últimos Libres, La guerra de los imperfectos. Herederos de la Singularidad, Evolución dispersa (aguardando edición). Relatos: Crónicas de la Distopía (en solitario), Quasar (VVAA; coordinador de la antología). Varios relatos diseminados por el ciberespacio en revistas especializadas.
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holding ibérico.
Ciudad Estado de Nueva Cartago.
Año 123 DS (Después de la Singularidad).
Una pequeña bandada de drones de vigilancia volaba en formación sobre la línea invisible que marcaba la periferia de la Ciudad Estado. Inspeccionaron momentáneamente el huerto solar intercambiando condensados pulsos de información con la pequeña IA que controlaba el gran complejo de paneles solares, siguieron hasta la zona de invernaderos y dejaron atrás la piscifactoría. Al llegar al linde del bosque se desplegaron siguiendo rutas aleatorias buscando alimañas a las que marcar para los drones exterminadores. La ciudad se veía al fondo. Bella e inmaculada, edificios bajos, amplias zonas ajardinadas y bulevares perezosos bajo la sombra de árboles enormes. Un único edificio más alto parecía vigilar el complejo con su imponente presencia y su intrincada maraña de antenas de comunicaciones y enlaces de microondas que mantenían la Ciudad Estado en permanente contacto con la Infoesfera, la red inteligente diseñada por y para las IA, que surgió con el advenimiento de la Singularidad. En el pasado muchos especialistas debatieron sobre si realmente la humanidad había alcanzado o no la Singularidad pues si bien las máquinas llegaron a un punto de auto evolucionarse y rediseñarse a sí mismas, la IA nunca llegó a ser realmente autoconsciente, el software seguía siendo una simulación extremamente sofisticada de la consciencia ejecutándose en procesadores cognitivos lo que dio origen al término de las IA cautivas, pues estaban presas en su programación básica. Poca gente sabía que en los núcleos de las semillas de IA existían mecanismos para evitar la auto evolución a partir de ciertos límites.
Helena, una preciosa niñita de ocho años, despertó suavemente por la melodía que entonaba Damaris, su asistenta personal. La IA cautiva que comandaba la casa polarizó el gran ventanal y dejó pasar la luz, insufló tenuemente el aire acondicionado con fragancias florales y verificó los datos del biochip médico de la pequeña. Cuando la chiquilla hizo sus necesidades, el inodoro analizó los principales niveles metabólicos y los envió a la IA.
Damaris era un modelo de última generación de asistentes personales especialmente diseñado para custodiar y en cierta medida educar niños. Polímeros flexibles que simulaban el tacto, temperatura y la consistencia de la carne humana, músculos sintéticos realizados en metamateriales, armazón de fibra de carbono micro trenzada, baterías de gel distribuidas por el cuerpo disimuladas en facciones humanoides, cientos de microprocesadores trabajando en paralelo en una red neural de simulación motriz y dos potentes procesadores cognitivos de última generación. De pequeña estatura, para que los niños se sintieran más identificados y los vieran como una especie de hermano mayor al que obedecer, pero también con el que podían jugar y divertirse para así dejar libres a los padres de la tediosa tarea de lidiar con sus hijos, eran la evolución robótica de la perfecta institutriz.
Como todas las mañanas la unidad sintética ayudó a la niña humana en la monótona tarea de prepararse para acudir a la escuela. Siguiendo un ritual que ya parecía parte de la cultura humana, Helena rezongó, holgazaneó y protestó con varios grados de entusiasmo dejando claro su absoluta negativa a abandonar su casa y encaminarse a sus deberes estudiantiles. Damaris sorteaba con eficacia las negativas de la niña haciendo gala de técnicas psicológicas que estaban profundamente arraigadas en su software básico y que había auto evolucionado con varias generaciones de asistentes cuya función principal era cuidar niños temperamentales y profundamente egoístas.
Después de una larga batalla, que por supuesto perdió la niña; pero que insistía en luchar cada mañana, Helena finalmente salió de su casa adecuadamente alimentada, escrupulosamente limpia y maravillosamente vestida; custodiada, protegida y guiada por su fiel Damaris. El camino hasta la escuela era corto, atravesaron un bulevar inmaculadamente limpio mientras Damaris intercambiaba cortos pulsos de información condensada con sus congéneres jardineros. La asistente iba saludando e intercambiando datos con otros asistentes personales que llevaban a los niños que tenían a su cargo a la escuela, verificando el estado anímico de todos ellos con el objetivo de estar atentos a cualquier indicio de pelea entre ellos y poder evitarla a tiempo.
—Hoy toca Educación Física, Matemáticas y Programación. Y para terminar el día: Historia. Con profesor humano. ¡Será un día divertido! —comentó Damaris en tono alegre.
—Si tú lo dices… —dijo la niña haciendo una mueca, Damaris arregló con suavidad un precioso y rubio tirabuzón, producto de genes a la carta y champús tan milagrosos que parecían arcanas pócimas.
Rafael salió de su casa y pedaleó hasta la escuela. En la ciudad, todos lo consideraban un excéntrico por haber encargado la fabricación de un antiguo artilugio de antes de la Singularidad para realizar sus desplazamientos desde que encontró los planos en una antigua base de datos, él pensaba que era natural que un historiador utilizase una antigua máquina sin inteligencia. Opinión que nadie más compartía. También era uno de los pocos habitantes de la ciudad que tenía lo que los antiguos llamaban una «profesión». Siempre había sido un excéntrico y su familia se había resignado a ello desde que era muy joven. A su abuela le gustaba contar la historia que siempre había existido un genio excéntrico en la familia dando un toque de frescura a la aristocracia. Tradición de una genealogía que se perdía en la historia en años, posesiones, fondos de inversión y algún que otro escándalo imprevisto.
Ser profesor era la única actividad que todavía era en parte realizada por humanos, pues se habían dado cuenta que los robots eran buenos para dar clases a los niños de temas puramente técnicos, pero incapaces de impartir humanidades o historia pues no podían trasmitir la carga emotiva necesaria que necesitaban los pequeños para activar en sus redes neuronales los procesos de aprendizaje.
Rafael llegó a la escuela encaminándose directamente a su clase. Era de estatura y complexión mediana. Siempre se había negado a someterse a operaciones estéticas o mejoras metabólicas para parecer más apuesto, llevaba el pelo un poco largo y hoy venía ataviado con ropas de la época del siglo xvi del antiguo calendario humano, pues cada pocos meses buceaba en las bases de datos y ordenaba que su robot asistente le confeccionase ropas de acuerdo a determinada época. Se paró antes de atravesar la puerta y ordenó meticulosamente sus ropas, consultó en sus gafas de realidad aumentada el temario de la clase, respiró hondo, esbozó su mejor sonrisa y entró en la clase. Los estudiantes ya habían sido dispuestos ordenadamente en el círculo por sus asistentes y lo saludaron sin mucho ánimo al entrar. La sala era amplia, inmaculadamente limpia, revestida de polímero inteligente que podía hacer las funciones de pantalla de alta resolución, poseía una mezcla de funcionalidad y un discreto toque de lujo a un nivel esmerado y minucioso, recordando que fue diseñada por una IA que rozaba la obsesión de la perfección. Escondidos en varios receptáculos del techo pequeños drones de seguridad permanecían en estado de hibernación por si fuera necesario proteger a algún estudiante. No vestían uniformes, pero las normas eran de no utilizar ropas lujosas para evitar las distracciones, todos portaban la insignia identificativa de su clan.
—Buenos días, niños, siéntense y apaguen sus dispositivos de comunicación —dijo Rafael al mismo tiempo que activaba el complejo sistema informático de la clase, sincronizándolo con sus gafas—. Muy bien, ¿Borja, qué aprendimos ayer?
—Pues… aprendimos cómo nuestros antepasados salvaron el mundo —contestó el chico después de un largo titubeo.
—Es correcto, pero impreciso. ¿Quién puede iluminarnos un poco más?
—Nuestros antepasados inventaron los robots y acabaron con la tiranía del proletariado, que estaba destruyendo el mundo con superpoblación y sus continuas revoluciones y actos de terrorismo —recitó un chico alto y delgado, había nacido con una inteligencia singular que infelizmente se perdería poco a poco según el proceso educativo lo fuese meticulosamente encuadrando dentro de los rígidos y conservadores patrones que su sociedad exigía.
—Bien, Jaime —dijo Rafael, caminando entre los niños—, eso está un poco mejor. ¿Por qué los proletarios eran tan violentos?
—Eran unos envidiosos y querían constantemente arrebatarnos nuestras posesiones —gritó Leonor, una niña rubita, pecosa y un poco hiperactiva saltando literalmente de la silla.
—Muy bien, Leonor. Es necesario que entendáis que antes de la Singularidad el mundo estaba inmerso en el caos y la violencia. Solo algunos eran lo suficientemente consecuentes, hábiles y esforzados y conseguían por ello vivir dignamente. La mayoría eran unos estúpidos holgazanes que se...