Vallejo / de Vallejo | Poemas | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 135, 376 Seiten

Reihe: Poesía

Vallejo / de Vallejo Poemas


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9897-515-4
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 135, 376 Seiten

Reihe: Poesía

ISBN: 978-84-9897-515-4
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Esta antología de Poemas de César Vallejo reúne la totalidad de su poesía publicada hasta el presente. Vallejo es una de las voces poéticas más singulares de Latinoamérica. Desde sus inicios modernistas, adoptó un tono intimista de fuerte carga social, con una honda preocupación por el desvalimiento y el sufrimiento de sus semejantes. Su lenguaje se abre a la experimentación, con diversos registros y con la peculiaridad de plasmar poéticamente una suerte de proceso anímico hermético, a la vez que cargado de reclamo de las libertades del individuo. En su primer periodo escribe Los heraldos negros (1918), con algunos poemas de logros expresivos notables. Después, más influido por las corrientes artísticas y literarias vanguardistas, Vallejo escribirá un libro que aún hoy sigue causando admiración: Trilce(1922). Póstumamente aparecieron España, aparta de mí este cáliz (1939), libro de tono admonitorio contra la injusticia ante la evidencia de la derrota republicana, Poemas en prosa (1928-1938), Poemas humanos (1932-1937), y otros versos aparecidos en antologías. De ellos, y junto a Trilce, quizá es Poemas humanos el que contiene los poemas más representativos de su innovador registro poético, así como de su peculiar visión social y humana, de rasgos apocalípticos y desesperanzados respecto al tipo de sociedad alienada e injusta que veía aproximarse. Los Poemas humanos de César Vallejo, fueron escritos entre 1931 y 1937, y publicados en París en 1939 por Georgette Vallejo, viuda del poeta, junto a los Poemas en prosa y España, aparta de mí este cáliz. Tras la edición parisina de 1939 aparecieron otras ediciones: Poesías completas. 1918-1938, con recopilación, prólogo y notas de César Miró(Buenos Aires, Editorial Losada, 1949). Y en 1968, Georgette publicó la Obra poética completa, junto a los manuscritos originales en facsímiles; allí fueron organizados los poemas póstumos de Vallejo en el orden siguiente: - Poemas en prosa (1923-1929), - Poemas humanos (1931-1937), y - España, aparta de mí este cáliz (1937)En 1988 apareció otra edición de la poesía de Vallejo, bajo el título de César Vallejo. Obra poética, edición crítica coordinada por Américo Ferrari que optó por agrupar los poemas póstumos de Vallejo («Poemas de París») bajo los epígrafes de «Poemas póstumos I» y «Poemas póstumos II». Sin embargo, la distribución impuesta por la edición de Francisco Moncloa Editores, de 1968, sigue siendo la más citada.

César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 1892-1938, París). Perú. Sus padres eran Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero. Fue el menor de once hermanos. Su tez mestiza se debe que sus abuelas fueron indias y sus abuelos sacerdotes gallegos. Sus padres querían dedicarlo al sacerdocio, lo que él en su primera infancia aceptó. Vallejo estudió en el Centro Escolar No. 271 de Santiago de Chuco, y desde abril de 1905 hasta 1909 hizo la secundaria en el Colegio Nacional San Nicolás de Huamachuco. En 1910 se matriculó en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Trujillo y en 1911 viajó a Lima para estudiar en la Escuela de Medicina de San Fernando. Tras varios trabajos, Vallejo terminó en 1915 la carrera de Letras. En 1916 frecuentó la juventud intelectual de la 'bohemia trujillana' y se enamoró de María Rosa Sandoval. En 1917 conoció a 'Mirto' (Zoila Rosa Cuadra), pero el romance duró poco y al parecer César intentó suicidarse tras un desengaño. Poco después se embarcó en el vapor Ucayali con rumbo a Lima donde conoció a lo más selecto de la intelectualidad limeña. Llegó a entrevistarse con José María Eguren y con Manuel González Prada, a quien los jóvenes consideraban un maestro y guía. Asimismo, publicó algunos de sus poemas en la Revista Suramérica. En 1918 trabajó en el colegio Barros y tras la muere de su director, Vallejo se hizo cargo de la dirección del mismo. Luego, en 1919 fue profesor en el Colegio Guadalupe. Ese año ven la luz los poemas de Los Heraldos Negros, que muestran cierta influencia modernista. Su madre murió en 1918 y al volver a Santiago de Chuco Vallejo fue encarcelado durante 105 días, acusado de haber participado en el saqueo de una casa. En la cárcel escribió la mayoría de los poemas de Trilce y en 1921 recibió la libertad condicional. Entonces fue admitido otra vez en el Colegio Guadalupe. Con el dinero que le debía el Ministerio de Educación se marchó a Europa en el vapor Oroya el 17 de junio de 1923 y llegó a París el 13 de julio. En París hizo amistad con Juan Larrea y Vicente Huidobro; y tuvo contacto con Pablo Neruda y Tristán Tzara. En 1926 conoció a Henriette Maisse, con quien convivió hasta octubre de 1928. Fundó junto al poeta español Juan Larrea una revista mientras colaboraba con Variedades y Amauta, la revista de José Carlos Mariátegui. Por entonces profundizó en sus estudios de marxismo. En 1927 conoció a Georgette Marie Philippart Travers y ese año viajó a Rusia. Hacia 1929 mantiene sus colaboraciones con Variedades, Mundial y el diario El Comercio. En 1930 el gobierno español le concedió una modesta beca para escritores. Poco después viajó a la Unión Soviética para participar en el Congreso Internacional de Escritores Solidarios con el régimen soviético. Tras su regreso a París se casó con Georgette Philippart en 1934 y se integró en el Partido Comunista del Perú fundado por Mariátegui. En 1937 Vallejo y Neruda fundaron en España el Grupo Hispanoamericano de Ayuda a España en plena Guerra Civil. En 1938 trabajó como profesor de Lengua y Literatura, pero en marzo sufrió un agotamiento físico. El 24 de marzo fue internado padeciendo una enfermedad desconocida y murió en París el 15 de abril de 1938.
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NOSTALGIAS IMPERIALES


Nostalgias imperiales


IEn Los paisajes de Mansiche labra

imperiales nostalgias el crepúsculo;

y lábrase la raza en mi palabra,

como estrella de sangre a flor de músculo.

El campanario dobla... No hay quien abra

la capilla... Diríase un opúsculo

bíblico que muriera en la palabra

de asiática emoción de este crepúsculo.

Un poyo con tres patas, es retablo

en que acaban de alzar labios en coro

la eucaristía de una chicha de oro.

Más allá de los ranchos surge al viento

el humo oliendo a sueño y a establo,

como si se exhumara un firmamento.

IILa anciana pensativa, cual relieve

de un bloque pre-incaico, hila que hila;

en sus dedos de Mama el huso leve

la lana gris de su vejez trasquila.

Sus ojos de esclerótica de nieve

un ciego Sol sin luz guarda y mutila...!

Su boca está en desdén, y en calma aleve

su cansancio imperial tal vez vigila.

Hay ficus que meditan, melenudos

trovadores incaicos en derrota,

la rancia pena de esta cruz idiota,

en la hora en rubor que ya se escapa,

y que es lago que suelda espejos rudos

donde náufrago llora Manco-Cápac.

IIIComo viejos curacas van los bueyes

camino de Trujillo, meditando...

Y al hierro de la tarde, fingen reyes

que por muertos dominios van llorando.

En el muro de pie, pienso en las leyes

que la dicha y la angustia van trocando:

ya en las viudas pupilas de los bueyes

se pudren sueños qué no tienen cuándo.

La aldea, ante su paso, se reviste

de un rudo gris, en que un mugir de vaca

se aceita en sueño y emoción de huaca.

Y en el festín del cielo azul yodado

gime en el cáliz de la esquila triste

un viejo corequenque desterrado.

IVLa Grama mustia, recogida, escueta

ahoga no sé qué protesta ignota:

parece el alma exhausta de un poeta,

arredrada en un gesto de derrota.

La Ramada ha tallado su silueta,

cadavérica jaula, sola y rota,

donde mi enfermo corazón se aquieta

en un tedio estatual de terracota.

Llega el canto sin sal del mar labrado

en su máscara bufa de canalla

que babea y da tumbos, ahorcado!

La niebla hila una venda al cerro lila

que en ensueños miliarios se enmuralla,

como un huaco gigante que vigila.

Hojas de ébano


Fulge mi cigarrillo;

su luz se limpia en pólvoras de alerta.

Y a su guiño amarillo

entona un pastorcillo

el tamarindo de su sombra muerta.

Ahoga en una enérgica negrura,

el caserón entero

la mustia distinción de su blancura.

Pena un frágil aroma de aguacero.

Están todas las puertas muy ancianas,

y se hastía en su habano carcomido

una insomne piedad de mil ojeras.

Yo las dejé lozanas;

y hoy las telarañas han zurcido

hasta en el corazón de sus maderas,

coágulos de sombra oliendo a olvido.

La del camino, el día

que me miró llegar, trémula y triste,

mientras que sus dos brazos entreabría,

chilló como en un llanto de alegría.

Que en toda fibra existe

para el ojo que ama, una dormida

novia perla, una lágrima escondida.

Con no sé qué memoria secretea

mi corazón ansioso.

—Señora?... —Sí, señor; murió en la aldea;

aún la veo envueltita en su rebozo...

Y la abuela amargura

de un cantar neurasténico de paria

¡oh, derrotada musa legendaria!

afila sus melódicos raudales

bajo la noche oscura:

como si abajo, abajo,

en la turbia pupila de cascajo

de abierta sepultura,

celebrando perpetuos funerales,

se quebrasen fantásticos puñales.

Llueve..., llueve... Sustancia el aguacero,

reduciéndolo a fúnebres olores,

el humor de los viejos alcanfores

que velan tahuashando en el sendero

con sus ponchos de hielo y sin sombrero.

Terceto autóctono


IEl puño labrador se aterciopela,

y en cruz en cada labio se aperfila.

Es fiesta! El ritmo del arado vuela;

y es un chantre de bronce cada esquila.

Afílase lo rudo. Habla escarcela...

En las venas indígenas rutila

un yaraví de sangre que se cuela

en nostalgias de Sol por la pupila.

Las pallas, aquenando hondos suspiros,

como en raras estampas seculares,

enrosarian un símbolo en sus giros.

Luce él Apóstol en su trono, luego;

y es, entre inciensos, cirios y cantares,

el moderno dios-Sol para el labriego.

IIEcha una cana al aire el indio triste.

Hacia el altar fulgente va el gentío.

El ojo del crepúsculo desiste

de ver quemado vivo el caserío.

La pastora de lana y llanque viste,

con pliegues de candor en su atavío;

y en su humildad de lana heroica y triste,

copo es su blanco corazón bravío.

Entre músicas, fuegos de bengala,

solfea un acordeón! Algún tendero

da su reclame al viento: «Nadie iguala!»

Las chispas al flotar lindas, graciosas,

son trigos de oro audaz que el chacarero

siembra en los cielos y en las nebulosas.

IIIMadrugada. La chicha al fin revienta

en sollozos, lujurias, pugilatos;

entre olores de urea y de pimienta

traza un ebrio al andar mil garabatos.

«Mañana que me vaya...» se lamenta

un Romeo rural cantando a ratos.

Caldo madrugador hay ya de venta;

y brinca un ruido aperital de platos.

Van tres mujeres..., silba un golfo... Lejos

el río anda borracho y canta y llora

prehistorias de agua, tiempos viejos.

Y al sonar una caja de Tayanga,

como iniciando un huaino azul, remanga

sus pantorrillas de azafrán la Aurora.

Oración del camino


Ni sé para quién es esta amargura!

Oh, Sol, llévala tú que estás muriendo,

y cuelga, como un Cristo ensangrentado,

mi bohemio dolor sobre su pecho.

El valle es de oro amargo;

y el viaje es triste, es largo.

Oyes? Regaña una guitarra. Calla!

Es tu raza, la pobre viejecita

que al saber que eres huésped y que te odian,

se hinca la faz con una roncha lila.

El valle es de oro amargo,

y el trago es largo..., largo...

Azulea el camino, ladra el río...

Baja esa frente sudorosa y fría,

fiera y deforme. Cae el pomo roto

de una espada humanicida!

Y en el mómico valle de oro santo,

la brasa de sudor se apaga en llanto!

Queda un olor de tiempo abonado de versos,

para brotes de mármoles consagrados que hereden

la aurífera canción

de la alondra que se pudre en mi corazón!

Huaco


Yo soy el coraquenque ciego

que mira por la lente de una llaga,

y que atado está al Globo,

como a un huaco estupendo que girara.

Yo soy el llama, a quien tan sólo alcanza

la necedad hostil a trasquilar

volutas de clarín,

volutas de clarín brillantes de asco

y bronceadas de un viejo yaraví.

Soy el pichón de cóndor desplumado

por latino arcabuz;

y a flor de humanidad floto en los Andes,

como un perenne Lázaro de luz.

Yo soy la gracia incaica que se roe

en áureos coricanchas bautizados

de fosfatos de...



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