Villoro | El profesor Zíper y las palabras perdidas | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 220 Seiten

Reihe: A la Orilla del Viento

Villoro El profesor Zíper y las palabras perdidas


1. Auflage 2022
ISBN: 978-607-16-7528-6
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 220 Seiten

Reihe: A la Orilla del Viento

ISBN: 978-607-16-7528-6
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



En esta entrega de la serie, acompañaremos a Alex en una nueva aventura en la que tendrá que resolver el misterio de las palabras que comienzan a desaparecer. Junto con sus amigos Julia y Asdrúbal, se enfrentará con poderosas personalidades que pretenden controlar el lenguaje y a la gente; pronto se dará cuenta de que la Academia de Control y el malvado Criptograma están detrás de esto. Por supuesto, tendrá que recurrir al entrañable profesor Zíper y sus inventos para salir del embrollo, además de contar con la ayuda de personajes como Francisco Hinojosa y El Fisgón, que resultarán piezas clave para descifrar los acertijos de esta divertida historia.

Juan Villoro es traductor, periodista y uno de los escritores contemporáneos más activos y destacados. Tiene más de una treintena de libros publicados, por los cuales ha recibido diversos reconocimientos en México y el extranjero. En el FCE también ha publicado el cuento Las golosinas secretas y las novelas El libro salvaje, Autopista Sanguijuela, La cuchara sabrosa del profesor Zíper, La fabulosa guitarra eléctrica del profesor Zíper y El té de tornillo del profesor Zíper.

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27 peces dorados
 
 
Un lunes por la mañana, el pequeño Asdrúbal llegó a la escuela desde la lejana colonia donde vivía. Tenía más hambre que nunca y esperó con ansias la rica oreja de pan que le regalaría Bernardo Banfi. Pero cuando la chicharra sonó en el patio, llamando a clases, el maestro aún no aparecía. Asdrúbal levantó la vista al cielo, vio una nube que parecía un delicioso pay de queso, y se resignó a estudiar con el estómago vacío. La semana comenzaba de un modo difícil. En la clase de Matemáticas, el maestro llenó el pizarrón de números (a veces se seguía de largo y escribía en la pared). No era fácil concentrarse en las sumas, restas, divisiones, multiplicaciones y raíces cuadradas que hacía a enorme velocidad, como si los números tuvieran prisa por convertirse en otros. Después de muchas operaciones, un simpático 2 se integraba a una familia de muchas cifras (por ejemplo, 1853.5). Del 2 que existía al principio no quedaba ni rastro. Al juntarse, ¡los números cambian de personalidad! Siguieron otras clases en las que Asdrúbal pensó que el gis era una salchicha, el borrador una hamburguesa y el portafolios una lonchera de la que saldrían tamales y empanadas. Con el finísimo oído con que reconocía los motores, escuchó que sus tripas hacían ruido, pidiendo un bocado. Finalmente, a la una de la tarde, llegó la clase de Literatura. Asdrúbal anticipó el olor del pan que le traería el maestro, al que seguramente se le había hecho tarde ese día. Sin embargo, cuando la puerta se abrió, no vio la alta silueta de Bernardo Banfi, sino el cuerpo rechoncho, de cabeza grande, parecido al tapón de una botella, de un señor desconocido. —Buenas tardes, damas y caballeros —dijo aquel hombre mientras se acomodaba los tres pelos con los que trataba de ocultar su calvicie—: me llamo Persuadido Útil, para servir a ustedes y a la Gramática. Soy su nuevo maestro de Literatura. Al oír esto, Asdrúbal sintió el estómago aún más vacío. ¿Qué había pasado con Banfi? Alex lamentó que no siguieran leyendo El té de tornillo del profesor Zíper. ¡Ya nadie sabría que él había vivido esa historia! La clase de Persuadido Útil fue la más aburrida del mundo. En vez de contar cuentos divertidos y recitar poemas chistosos, los obligó a conjugar un verbo que ni siquiera sabían que existía: “asolar”.     —¿Qué quiere decir eso? —preguntó Julia, siempre curiosa. —Veo que no han aprendido nada —el maestro sonrió, feliz de comprobar su ignorancia—. “Asolar” es un verbo tan útil como mi apellido. Se refiere a arruinar y destruir una cosa por completo. Los alumnos entendieron que la clase de Literatura había sido asolada. —Les pido que conjuguen ese verbo en un tiempo gramatical que me fascina y me trae bonitos recuerdos: el Pretérito Anterior. El resultado de este ejercicio fueron las siguientes conjugaciones, que parecían hechas en una lengua extraña: “Yo hube asolado”, “Tú hubiste asolado”, y así por el estilo. En tiempo presente, el verbo cambiaba y había que decir: “Yo asuelo”, “Tú asuelas”… —¡Yo no quiero asolar nada! —Asdrúbal le dijo a Julia, que estaba a su lado. —Memoricen esto para mañana —dijo el maestro—. El idioma se aprende con esfuerzo. —Antes aprendíamos de manera divertida —se atrevió a decir Julia. —¿De veras aprendían? A ver, conjuga asolar en Pretérito Pluscuamperfecto. Eso sonaba terrible. Algunas palabras tienen aspecto macabro y esas parecían alas de murciélago. ¿En qué momento se había inventado algo que pudiera ser Pretérito y además Pluscuamperfecto? ¿Podía el lenguaje ser tan fácil de hablar y tan difícil de entender? —Te estoy esperando, ratona —el maestro le dijo a Julia, mostrando un colmillo amarillento. —No puedo —contestó la chica. —¿Lo ven? ¡No saben nada! ¡¡¡¡El idioma es Gramática!!!! El Pretérito Pluscuamperfecto de asolar en primera persona es “yo había asolado”. Al hablar, ustedes usan los tiempos gramaticales, pero lo ignoran. ¡Yo se los voy a enseñar! —Yo nunca digo “había asolado” —Julia se atrevió a decir. El maestro se jaló sus tres pelos con desesperación y dijo: —¡Se trata de un ejemplo, ratona! El lenguaje existe para distinguir el Pretérito Perfecto Compuesto del Pretérito Imperfecto y del Pretérito Pluscuamperfecto. En boca de Persuadido Útil, el español parecía una lengua marciana. Las tripas de Asdrúbal rugieron con fuerza y la atención se dirigió a él: —¿Quieres decir algo, ratón de zapatos rotos? No parecía correcto que el maestro se burlara del niño más pobre de la clase, pero a Persuadido Útil eso no le importaba. Sus ojos estaban a punto de reventar cuando Julia preguntó: —¿Y no se puede hablar sin saber eso? —Se puede, pero eso te convierte en ignorante. Te doy una tarea especial por preguntona: escribe cien veces las conjugaciones del verbo asolar. —¿Por qué debo escribirla cien veces? —¡Porque estás castigada!, ¿qué no entiendes? ¡¡¡¡El castigo existe para que sufras!!!! El idioma tiene que ser vigilado; no podemos dejarlo en manos de irresponsables como tú. Y si no te gusta, te enfrentarás a la Colada —Persuadido Útil blandió una regla de noventa centímetros. Explicó que la Colada era una de las famosas espadas del Cid Campeador, personaje que combatió en España contra los árabes. En ese momento, pensaron que, al estilo de Bernardo Banfi, Persuadido contaría la aventura de la célebre espada. Pero no fue así. El nuevo maestro acarició la enorme regla y exclamó: —¡El que no se aprenda la conjugación recibirá un reglazo en las asentaderas! Si los descubro copiando o haciendo dibujitos en sus cuadernos, les daré dos reglazos. ¡La Colada está aquí para atacar a los ratones flojos, los bribones, los ignorantes, los copiones! —habló con tanta furia que logró despeinarse, y eso que sólo tenía tres pelos. Luego agregó, con la mirada perdida: —La Colada los tratará como el Cid trató a los árabes. Alex no pudo creer lo que estaba viendo. Aquel hombre había convertido la más divertida de las clases en una tortura. Además, parecía loco. ¿Qué tenían que ver ellos con los árabes contra los que luchó el Cid Campeador? Sentado tres filas atrás de Julia y Asdrúbal, Alex gritó: —¡Viva Bernardo Banfi! —¿Qué fue eso? —el maestro alzó la regla mientras caminaba por el pasillo que dividía los pupitres—. ¿Quién dijo ese nombre? Entonces sucedió algo que ha sucedido demasiadas veces en la historia de la humanidad. Varios compañeros voltearon a ver a Alex. No querían acusarlo ni querían perjudicarlo, pero sabían que él había gritado. Lo miraron por simple curiosidad, siguiendo un impulso, pero de ese modo lo delataron. —¿Cómo se llama usted, jovencito? —Alex. —Querrás decir Alejandro. —No, mis papás me pusieron Alex. Siempre están cansados y les da flojera decir un nombre tan largo como Alejandro. —Te digo una cosa, pedazo de niño —el maestro levantó la regla—: en mis tiempos nos golpeaban hasta que nos salía sangre. Mi mejor maestro decía: “La letra con sangre entra”. Así aprendí a escribir. En esta escuela ya no se les pega a los alumnos, pero un reglazo de vez en cuando les puede hacer bien —Persuadido Útil mostró una sonrisa amarilla. En ese momento sonó la chicharra, anunciando el recreo. Alex se sintió como un boxeador que está a punto de ser noqueado y es salvado por la campana. El nuevo maestro salió por la puerta, resoplando de rabia, y Alex subió a su pupitre para decir: —¡Tenemos que protestar! ¡Bernardo Banfi debe volver con nosotros! Julia lo vio con admiración. Alex se ponía nervioso ante ella, pero la agresiva actitud de Persuadido Útil le sacó esas palabras del cuerpo. Asdrúbal estuvo de acuerdo: —Debemos unirnos para que nos hagan caso. Julia, Alex y Asdrúbal estaban convencidos de tener razón. Lo que había sucedido era una injusticia. Sí, estaban en lo cierto. Pero a veces eso no basta para convencer a los demás. Por toda respuesta, las palabras de Asdrúbal recibieron un avioncito de papel. Luego los demás sacaron sus loncheras y comenzaron a comer sándwiches y manzanas. A nadie le cayó bien el nuevo maestro, pero eso no bastó para hacer algo. La mayoría de los alumnos se conformaba con cualquier cosa y esperaba que otras personas resolvieran sus problemas. Eso fue lo que Julia, Alex y Asdrúbal trataron de hacer. Por primera vez en sus vidas, pidieron hablar con el Director de la escuela. En el camino a la Dirección, Asdrúbal le pidió a Alex: —¿Me das de tu sándwich? —Te lo regalo, estoy demasiado nervioso para comer. Asdrúbal llegó a la Dirección masticando ruidosamente. Una secretaria les preguntó: —¿Vienen con un problema simple, mediano o complejo? —Con un...



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