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E-Book, Spanisch, 304 Seiten

Wilson Soul Boom

POR QUÉ NECESITAMOS UNA REVOLUCIÓN ESPIRITUAL
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-1172-287-2
Verlag: Ediciones Obelisco
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

POR QUÉ NECESITAMOS UNA REVOLUCIÓN ESPIRITUAL

E-Book, Spanisch, 304 Seiten

ISBN: 978-84-1172-287-2
Verlag: Ediciones Obelisco
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Best-seller del New York Times Actor de comedia, productor y escritor, Rainn Wilson, cofundador de la compañía de medios SoulPancake, explora los beneficios de la resolución de problemas que nos aporta la espiritualidad para crear soluciones en un mundo cada vez más desafiante. El trauma que ha experimentado nuestra especie en los recientes años (debido a la pandemia y a las tensiones sociales que amenazan con abrumarnos) no desaparecerá a corto plazo. Los sistemas políticos y económicos existentes no son lo suficientemente eficaces para producir el cambio que el mundo necesita. En este libro, Rainn Wilson explora la posibilidad de que una revolución espiritual, un «Soul Boom», produzca una transformación sanadora, tanto a nivel personal como global. Para Wilson, ésta es una empresa seria y esencial, pero él la aborda con un toque de humor y desde su propia perspectiva singular. El autor considera que, desde el punto de vista cultural, hemos descartado la espiritualidad -la fe y lo sagrado- y que necesitamos una sanación profunda y la comprensión unificadora del mundo que nos proporcionan las grandes tradiciones espirituales. El enfoque de Wilson sobre la espiritualidad (nuestros aspectos no físicos, eternos) es cercano y se aplica a las personas de todas las creencias, incluso a las escépticas. Con una visión genuina, Soul Boom -por no mencionar las iluminadoras referencias a Kung Fu y Star Trek- se sumerge en la sabiduría ancestral para buscar respuestas prácticas y transformadoras a las preguntas más importantes de la vida.

Rainn Wilson es un actor que ha sido nominado a los premios Emmy en tres ocasiones y es famoso por su papel como Dwight Schrute en la serie The Office de la NBC. Además de otros papeles representados en el escenario y en la pantalla, es cofundador de la empresa de medios SoulPancake y es presentador del programa Rainn Wilson and Geography Bliss de Peacock. También es autor del libro The Basoon King: Mi Life in Art, Faith, and Idiocy y coautor de SoulPancake: Chew on Life's Big Questions, un best-seller del New York Times. Vive en Oregón y California con su familia y muchos animales.
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CAPÍTULO UNO

LARGA VIDA Y PROSPERIDAD, PEQUEÑO SALTAMONTES

Cuando pienso en la espiritualidad y en los años setenta, me viene a la mente una palabra en particular. Y no es «meditación», ni «LSD», ni «gurú», ni «incienso», ni «chakras». Es «televisión».

En los años setenta pasé mucho tiempo mirando la televisión. Y cuando digo mucho quiero decir mucho.

Solía ver las grandes series como M.A.S.H., Todo en familia, El show de Mary Tyler Moore y El show de Bob Newhart. Series que me inspiraron a esforzarme para convertirme, eventualmente, en uno de esos memorables personajes secundarios graciosos de las series cómicas que me encantaban y me hacían reír con tanto entusiasmo delante de nuestra tele en blanco y negro.

Pero también me atraían esos programas porque en ellos había familias muy reales, imperfectas como la mía, con las que me resultaba fácil identificarme. Anhelaba no vivir con mi familia disfuncional, sino con Meathead y Gloria en Queens, o ser un paciente de Bob Newhart en su consultorio de Chicago, o un practicante en el programa de Mary Tyler Moore. Incluso hubiese aceptado ser reclutado y tener que limpiar letrinas en la unidad 4077 de M.A.S.H., en lugar de tener que comer un extraño pastel de carne preparado sin amor con la familia Wilson de Lake Forest Park (Washington).

¿Acaso no es ése el motivo por el cual tanta gente mira la televisión? ¿Por el que vemos maratones de nuestras series favoritas repetidamente? No importa cuál sea el contexto (una comisaría de policía, una nave espacial, una empresa papelera), anhelamos pasar tiempo con esas graciosas familias de ficción, amorosas e imperfectas. Quizás incluso un poco más de lo que anhelamos estar con las nuestras.

Pero, cuando miro hacia atrás a través de la niebla amarilla del tiempo y recuerdo esa década, hubo dos series que influyeron en mi identidad y en mi viaje espiritual. Y, por muy loco que parezca, también creo que esas dos series, Kung Fu y Star Trek, definen y ponen en perspectiva cuál es la realidad de nuestro viaje espiritual.

La primera de estas series, Kung Fu, era una obra de arte, un programa que definía a los años setenta y reflejaba sus valores y sus entrañas. Originalmente concebida por el gran Bruce Lee (luego otros se la apropiaron o la robaron), Kung Fu, seguía a Kwai Chang Caine, el hijo huérfano de un hombre blanco y una mujer china, que creció en un monasterio shaolín en China a finales de 1800, al que llamaban «pequeño saltamontes» y que aprendió a luchar con gran destreza. Cuando ya es un adulto en el siglo xix, viaja a Estados Unidos en la época de los vaqueros del Lejano Oeste en busca de su medio hermano, Danny Caine y es un extraño en una tierra más extraña aún.

Dondequiera que fuera Kwai Chang Cain (llamémoslo KCC), llevaba su claridad moral, su sabiduría oriental y su iluminación espiritual al violento caos del Lejano Oeste. Cada episodio incluía algún tipo de dilema moral y alguna forma de injusticia social en la que KCC defendía a los débiles, al principio de una forma pacífica, usando un gran razonamiento y una gran compasión, y finalmente culminando en la gran pelea omnipresente en la que «un monje kung fu llevado al límite se enfrenta a un vaquero racista y malévolo».

David Carradine (Bill en la película Kill Bill de Quentin Tarantino) era sumamente sabio (y tenía una increíble patada de dragón). Sin embargo, al recordar la serie ahora, lo único que puedo pensar es, «¡¿Por qué diablos contrataron a un actor blanco para interpretar el papel de un chino?!». Y también, en menor medida, «Espera… En realidad, no es él quien hace todos esos movimientos de artes marciales, ¿o sí? Pareciera como si lo hubiesen cortado de la escena a último momento ¡y estuviesen mostrando el pie de otra persona golpeando el mentón de ese oficial malvado!».

Pero, dejando de lado el escandaloso racismo institucional, la profundidad y verosimilitud de Carradine como monje budista seguía siendo fuera de serie. Especialmente para un desgarbado buscador espiritual de 9 años en los suburbios de Seattle en 1975.

KCC tenía una calma hermosa y enternecedora. Una energía tranquila, serena y centrada que brillaba en contraste con los hombres occidentales borrachos, racistas, con los que solía entrar en conflicto. Cuando alguien decía algo impulsivo, malévolo, irracional y falto de compasión (lo cual ocurría unas treinta y siete veces en cada episodio), su rostro se estremecía y podías sentir el dolor dentro de su cálido y sereno corazón shaolín.

(Dicho sea de paso, las estrellas invitadas en esta breve serie [de sólo tres temporadas] incluyeron a Jodie Foster, Leslie Nielsen, Harrison Ford, Carl Weathers, William Shatner, Pat Morita y Gary Busey. ¡Qué gran elenco!).

No puedo expresar cuánto me gustaba esa serie. La veía cada vez que la ponían. Todas las semanas, buscaba en la programación televisiva del diario dominical para ver si la iban a repetir. Mis amigos y yo tratábamos de recrear las escenas de lucha y discutíamos a gritos cuál de nosotros sería KCC. Aunque era igualmente divertido interpretar al «vaquero racista», porque entonces podías decir palabrotas y escupir mucho.

Y la serie era leeeenta. Realmente lenta. Era lenta incluso en comparación con la lentitud del promedio de dramas de una hora de duración de los años setenta. Hacía que Los Walton pareciera 24. No se parecía en absoluto a las series de televisión actuales. Había conversaciones interminables en cabañas mal iluminadas. Laaargos paseos por unas vías de tren que se parecían sospechosamente a las carreteras que están en el terreno ubicado detrás de Warner Brothers, en las colinas encima de Burbank. Y esa flauta… Había tomas en las que KCC tocaba unas melodías funestas, vagamente chinas, con su flauta de madera. Y luego estaba la parte esencial de la serie: los flashbacks.

Cuando KCC se enfrentaba a algún dilema, una neblina vaporosa cubría el lente de la cámara, se oía la melodía de una flauta china, aparecía una imagen borrosa de la llama parpadeante de una vela y la escena volvía al monasterio shaolín, donde se encontraban KCC y sus maestros, Kan y Po.

El Maestro Po era un monje ciego que tenía unas inquietantes córneas blancuzcas. En una memorable ocasión dijo: «Nunca des por sentado que, porque un hombre no tiene ojos, no es capaz de ver». (Muy cierto, maestro Po, muy cierto).

El maestro Kan, quien llamaba «pequeño saltamontes» al joven novicio KCC, mostraba la palma de su mano, en la que había una pequeña piedra: «Cuando puedas arrebatarme el guijarro de la mano, entonces será tu hora de partir». El joven KCC lo intentaba una y otra vez, y cuando finalmente lo logró, demostró su dominio de sí mismo. Sólo entonces se le permitió recoger con sus antebrazos desnudos una urna gigante de metal ardiente con brasas al rojo vivo en su interior y el emblema de un dragón en su superficie, lo cual le dejó unas cicatrices en forma de dragón en los brazos, las cuales lo identificaron para siempre como monje shaolín. Luego tuvo que caminar sobre papel de arroz, que estaba extendido en el suelo como una alfombra, sin dejar las marcas de sus pies. Después de pasar estas pruebas, finalmente fue libre para abandonar el monasterio.

Cada episodio de la serie abordaba el tema de las sombras más oscuras de la naturaleza humana y su remedio, el opuesto espiritual correspondiente. Por ejemplo, había un episodio sobre la venganza, en el cual una mujer que era maltratada en una granja quería vengarse de un ranchero malvado y entonces retrocedíamos en el tiempo a una escena en que el maestro de KCC decía, en un tono de voz aflautado, «La venganza es una vasija de agua que tiene un agujero. No lleva nada, excepto la promesa de la vacuidad. Responde al daño con justicia y perdón, pero con amabilidad, siempre con amabilidad». Y luego veíamos, en el mismo episodio, que aunque a KCC le resultaba difícil, al final seguía las indicaciones de su mentor. Y no sólo eso: además, KCC enseñaba a otras personas lo que había aprendido de sus guías espirituales durante su infancia en China. Su tranquilidad y una energía semejante a la de Jesús afectaban y transformaban a las personas a su alrededor. Y, a la larga, también cambiaban de una forma positiva a los millones de miembros de la audiencia que seguían la serie desde sus sofás.

De ese monasterio del siglo xix (un dato divertido: era el castillo del musical Camelot, en el que Robert Goulet y su bigote cantan If Ever I Would Leave You, el cual había sido disfrazado para parecer una antigua comunidad china de artes marciales/religiosa con hiedra y caminos de piedra, cascadas, campanas y carrillones de bambú), emanaba una sabiduría que continúa siendo tan valida hoy como lo era en 1975 (o en 1875). Eran enseñanzas que podrían haber provenido de Jesús, o de Buda, o del profeta Mahoma.

Entonces, queridos amigos, ha llegado la hora de jugar a un pequeño juego:

¿KUNG FU O UNA FAMOSA CITA RELIGIOSA?

¡Vamos! ¡Intenta...



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