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E-Book, Spanisch, Band 65, 378 Seiten

Reihe: 100XUNO

Xi Cartas de sangre

La historia jamás contada de Lin Zhao, martir en la China de Mao
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-1339-371-1
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La historia jamás contada de Lin Zhao, martir en la China de Mao

E-Book, Spanisch, Band 65, 378 Seiten

Reihe: 100XUNO

ISBN: 978-84-1339-371-1
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Cartas de sangre relata la historia de Lin Zhao, una poeta y periodista china arrestada por el régimen de Mao en 1960 y ejecutada ocho años después, en la cúspide de la Revolución Cultural. Sola entre las víctimas de la dictadura maoísta, mantuvo una oposición tozuda y abierta durante sus años en prisión. Su disidencia, arraigada en su fe cristiana, la fue relatando en múltiples escritos hechos con su propia sangre, a veces en su ropa y otras en jirones de sus sábanas. Los escritos de Lin Zhao en prisión se han conservado milagrosamente, aunque no habían visto la luz hasta hace poco. El profesor de la Universidad de Duke Lian Xi pinta, a partir de estos y otros textos de años anteriores al arresto de Lin Zhao y de diversas entrevistas con familiares, amigos y conocidos, un retrato indeleble de coraje y fe ante la maldad implacable: la asombrosa historia de la disidente política más influyente de la China de Mao.

Lian Xi es profesor de Cristianismo del mundo en el Duke Divinity School de la Universidad de Duke, en Durham. Autor de Redeemed by fire y The conversion of missionaries, vive en Chapel Hill, Carolina del Norte.
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Introducción

El 31 de mayo de 1965, la poeta y periodista disidente Lin Zhao, de treinta y tres años de edad, se sentó en el banquillo de los acusados de la Corte Popular del distrito de Jing’an en Shanghái.

Se la acusaba de liderar una «camarilla contrarrevolucionaria» que había publicado Una chispa de fuego, un periódico clandestino que denunciaba el despropósito del gobierno comunista y el Gran Salto Adelante de Mao, a quien acusaban de la hambruna sin precedentes que asoló el país entre 1959 y 1961, y que acabó, según sus cálculos, con al menos treinta y seis millones de vidas a nivel nacional1.

Lin Zhao también había aportado a esta publicación un extenso poema titulado «Un día en la pasión de Prometeo». En él se mofaba de Mao describiéndole como un Zeus con atributos de villano, que no conseguía que Prometeo apagara el fuego de la libertad que había robado del cielo, a pesar de sus intentos. Las autoridades sostenían que el poema era un «vicioso ataque» al Partido Comunista de China (PCCh), así como al sistema socialista, y que animaba a sus colegas contrarrevolucionarios a «promover abiertamente una China libre, democrática y pacífica»2. La condenaron a veinte años de cárcel.

«¡Este fallo es bochornoso!», escribió al día siguiente Lin Zhao en el reverso del veredicto valiéndose de su propia sangre como tinta. «Pero lo escuché llena de orgullo. Muestra en cuánto estima el enemigo este acto de combate. ¡En lo más hondo de mí siento el orgullo de un combatiente! Apenas he hecho nada y aún dista mucho de ser suficiente. ¡Sí, me queda mucho por hacer para estar a la altura de los actos que me atribuís! ¡Y, además, esto que habéis dado en llamar ‘resolución’ carece de significado para mí y lo tengo en poco!»3.

Fue una inesperada nota discordante en la sinfonía de la Revolución maoísta. El movimiento comunista, que había empezado en la década de 1920 y que Mao había dirigido desde los años treinta, había resultado en un gran triunfo: la fundación de la República Popular en 1949. La Revolución había hecho del comunismo un credo sagrado y una completa religión de masas, con sus escrituras marxistas y maoístas, sus sacerdotes (los cuadros) y su liturgia revolucionaria.

El culto a Mao se remontaba a los años cuarenta, pero despegó con la publicación de El libro rojo de Mao —también conocido como El pequeño libro rojo— en 1964. Se imprimieron más de mil millones de copias en la década posterior. Durante la Revolución Cultural, que se puso en marcha en 1966, el cántico de consignas blandiendo El libro rojo frente al retrato del «gran líder» se volvió un ritual colectivo. Mientras, se fabricaron casi cinco mil millones de insignias con la cara de Mao, la mayor de ellas del tamaño de una pelota de fútbol4.

El sacrilegio era prácticamente impensable. Hasta el punto de que no era raro que algunos condenados al paredón por «contrarrevolucionarios» lanzaran un «viva el presidente Mao» mientras llovían sobre ellos los disparos, en un intento desesperado por zafarse de la ira de la Revolución declarándose leales a ella5.

En un tiempo en el que se acallaban todas las voces críticas, Lin Zhao eligió oponerse abiertamente al Partido desde su celda. «Desde el mismo día de mi arresto me he presentado ante esos comunistas como un miembro de la resistencia», escribió con su propia sangre en una carta que envió a su madre desde la prisión. «Defiendo a cara descubierta la libertad frente al comunismo y frente a la tiranía»6.

La disidencia de Lin Zhao parecía fútil y suicida a partes iguales, pero ella sacaba de su fe las fuerzas y la convicción necesarias. Había recibido el bautismo ya de adolescente en el Laura Haygood Memorial School —una escuela fundada por la Iglesia Metodista Episcopal del Sur en su pueblo, Suzhou—, pero se alejó de la Iglesia al unirse a la Revolución comunista en 1949 para contribuir a la «emancipación» de las masas y crear una sociedad nueva y justa, tal y como ella pensaba entonces. Se desencantó con la Revolución a finales de los años cincuenta, cuando la purgaron tachándola de derechista —junto al menos otro millón doscientas mil personas en toda China— por expresar ideas democráticas7. A partir de entonces emprendió un camino de retorno gradual a una ferviente fe cristiana.

Como cristiana, creía que su lucha era tanto política como espiritual. En una carta que envió a los editores del Diario del Pueblo —portavoces del Partido— tras su sentencia, explicaba que seguía «el camino del servicio a Dios, la línea política de Cristo»8 al oponerse al comunismo. «Mi vida pertenece a Dios», declaraba. Si tal era la voluntad de Dios, se mantendría con vida. «Pero si Dios quiere que me entregue al martirio, solo podré darle las gracias desde lo más profundo de mi corazón por el honor que me concede»9.

El desafío que Lin Zhao lanzaba al régimen de Mao no tenía parangón en toda China. Las decenas de millones de personas que perecieron como resultado directo del gobierno del PCCh murieron como víctimas y sus voces jamás fueron escuchadas. No se registró oposición destacada alguna a la ideología comunista durante el mandato de Mao10. Lin Zhao perduró en la resistencia gracias a sus ideales democráticos y porque su fe cristiana la facultaba para preservar su autonomía moral y su juicio político, algo de lo que el resto de ciudadanos habían sido privados por el Estado comunista. Su fe contrapesaba la religión maoísta y la sostenía en su disidencia11.

El título de este libro procede del impetuoso medio del que Lin Zhao se valió para expresar su disentimiento. Cuenta un documento oficial que «durante su estancia en prisión, se perforaba la piel en innumerables ocasiones y usaba su inmunda sangre para escribir cientos de miles de palabras que componía en cartas, notas y diarios extremadamente reaccionarios y extremadamente maliciosos, en los que profería furibundos y abusivos ataques y calumniaba a nuestro Partido y a nuestro líder»12. Remitía sus cartas al aparato propagandístico del Partido, a Naciones Unidas, a las autoridades carcelarias y a su madre. Ella las llamaba sus «escritos de libertad».

«Lucho por mi derecho a vivir una vida plena, íntegra y recta, por mi derecho a la vida», explicaba. «¡Y esta lucha siempre ha de ser irreprochable! Nadie tiene derecho a decirme que debo tener las cadenas ceñidas al cuello y soportar la esclavitud y la humillación si quiero seguir con vida»13.

Lin Zhao escribió alrededor de medio millón de caracteres en la cárcel, repartidos entre ensayos, poemas, cartas y hasta una obra de teatro. Escribía tanto con tinta como con sangre, valiéndose de esta cuando se le negaban los suministros de útiles de escritura y, en muchas ocasiones, hasta cuando disponía de ellos. Se extraía la sangre con un punzón improvisado —un tallo de bambú, una horquilla del pelo o el mango de plástico del cepillo de dientes, tras afilarlo con el suelo de hormigón—. Una cuchara de plástico le hacía de «tintero», en el que mojaba una «pluma» que solía fabricar con una astilla de bambú o un tallo. Como soporte, usaba papel cuando podía hacerse con él y camisas y retales de sábanas cuando no14.

Llegó un momento en el que se había hecho tantas incisiones en los dedos de la mano izquierda que ya no le brotaba sangre. Se le entumecían al presionarlos. Esto le contaba a su madre en una carta datada el catorce de noviembre de 1967:

Ya casi se ha acabado la pequeña poza de sangre que me extraje para escribir. Parece que mi sangre está mucho menos densa últimamente y tarda mucho en coagular. Puede que se deba, en parte, a que está empezando a hacer más frío. ¡Ay, mamá! ¡Así es mi vida! ¡Mi vida es también mi lucha! ¡Es mi batalla!15.

Lin Zhao plasmó la mejor expresión de su credo político en la carta que dirigió al consejo editorial del Diario del Pueblo. Comenzó a escribirla a propósito el catorce de julio, aniversario de la toma de la Bastilla. No pondría el punto final hasta casi cinco meses, 140.000 palabras y 137 páginas después. La escribió con tinta, pero estampó repetidamente en ella un sello del tamaño de un botón embebido en sangre para imprimir el carácter zhao.

En esa carta, Lin Zhao desafiaba la teoría de la incesante «lucha de clases», que los comunistas consideraban intrínseca a la historia del devenir humano y de la que no había escapatoria.

Desde los años veinte, esta teoría se ha observado como una verdad inmutable en el seno del PCCh y se ha usado para justificar la denominada dictadura del proletariado.

La doctrina se revistió de una urgencia renovada en los años sesenta, cuando Mao declaró que «se debe hablar de la lucha de clases todos los años, todos los meses, todos los días»16.

Lin Zhao se reía de esto. «¡No me puedo creer que en el vastísimo espacio que Dios ha creado para nosotros haya necesidad alguna de que la humanidad se meta en una lucha a vida o...



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