E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: Salto de Fondo
Yunkaporta Escrito en la arena
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-254-4984-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Cómo el pensamiento indígena puede salvar al mundo
E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: Salto de Fondo
ISBN: 978-84-254-4984-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Los occidentales queremos que el mundo sea simple, pero nos relacionamos con él de manera complicada. El pensamiento indígena, por el contrario, entiende que el mundo es complejo y que simplificarlo sería, de hecho, destruirlo. Por este motivo, encuentra formas profundas para comunicar este conocimiento, que se despegan de la lógica neoliberal: a través de imágenes y tallas en lugar de palabras, marcan el terreno y cuentan sus propias historias. Como miembro del clan apalach, Tyson Yunkaporta mira los sistemas globales desde una perspectiva única, ligada al mundo natural y espiritual, y considera que la vida contemporánea se aparta del patrón de la creación. Con tono reflexivo busca alternativas que reviertan este proceso. Honrando las tradiciones aborígenes australianas, se vale de la escritura en la arena, costumbre ancestral de dibujar imágenes en el suelo para transmitir conocimientos, y se pregunta qué ocurriría si aplicamos esa forma de pensar al estudio de la historia, a la educación, la economía o el poder, para crear una visión del mundo que pueda hacer frente a la situación social, política y ecológica actual y ensayar nuevas posibilidades para una vida más sostenible.
Tyson Yunkaporta pertenece al clan de los Apalech, arraigado en la península de Cape York, en el extremo noreste de Australia. Leemos en su libro que es miembro del clan por adopción, acto ?que puso fin a un camino de búsqueda de sus origines indígenas, después de una juventud confusa y violenta. Desde entonces viaja por Australia y profundiza su conocimiento del pensamiento y la cultura de los pueblos indígenas de Australia. Es artista y poeta y, además, docente de pensamiento indígena en Deakin University Melbourne.
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UN CHICO ALBINO
Dos-nosotros caminamos por las líneas de canción con Clancy McKellar, el hombre-canción del pueblo wanggumara. Las líneas de canción son sendas antiguas del Tiempo del Sueño grabadas en el paisaje de canciones e historias y cartografiadas en nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra relación con todo lo que nos rodea: es un conocimiento almacenado en cada cauce de agua y cada piedra. Ahora caminamos por el terreno fronterizo donde se dan cita Queensland, Australia Meridional y Nueva Gales del Sur. Él identifica mis líneas ancestrales y me enseña dónde conectan esas historias con la suya. Ninguno de nosotros tenemos la piel particularmente oscura, y quizá sea esa la razón por la que él destaca los rasgos albinos de su acervo tradicional. Una mujer búho blanca con la tez blanca y el pelo rubio que se vuelve Gubbiwarlga, o sabia, y finalmente se convierte en una piedra de cuarzo. Un chico albino al que algunos miembros irritantes de su comunidad condenan al ostracismo y finalmente expulsan. Cuando llegamos al emplazamiento de roca construido por el chico albino me quedo sin palabras. Mientras estuvo expulsado no anduvo por ahí cabizbajo y apesadumbrado; trabajó duro y no se saltó ningún día de esfuerzo. Por todo aquel lugar hay unas rocas enormes talladas y pulidas, levantadas por el chico para que mantengan el equilibrio con otras rocas erguidas, apiladas u ordenadas formando filas. En este inmenso lugar hay más de las que dos-nosotros podamos contar, entre ellas un reloj y calendario solar que marca las estaciones y los movimientos de los cuerpos celestes. No entiendo por qué nunca he oído hablar de este lugar, por qué no es tan famoso como Stonehenge. Pongo la mano sobre una de las rocas y se percibe un duum profundo que asciende desde el suelo a través de la roca y que cuando me atraviesa el hombro reverbera y desciende hasta mis tripas, momento en que creo que acabo de recibir la respuesta a mi pregunta. Este no es un yacimiento arqueológico que haya que excavar y analizar. Sigue habitado. El chico todavía está aquí y seguramente no quiere recibir la visita de nadie que no haya sido invitado. Esto no es ningún monumento. Este lugar está vivo. Cada piedra está animada y es sentiente; según nuestra visión del mundo esto vale para todas las piedras. A lo lejos hay una cueva secreta con una réplica en miniatura de este lugar, construida en el suelo de la cueva. Se dice que las personas que saben entender a las piedras son capaces de viajar entre estos emplazamientos en un abrir y cerrar de ojos. Y estos lugares están conectados con otras disposiciones de piedras de todo el continente. Más adelante, durante el equinoccio, estoy de pie en Wurdi Youang, en Victoria, junto a una disposición de piedras con forma de C que señala el movimiento del sol a lo largo del año. Miro ladera abajo desde la piedra señalada como lugar de observación mientras el sol se pone tras otra piedra indicadora en lo alto del conjunto, al tiempo que la luna se alza directamente detrás de mí y Venus, Júpiter, Saturno y Marte se alinean siguiendo ese mismo trazado. Este momento no es solo un instante en que los cuerpos celestes forman una hilera ordenada; también remite a un millar de historias diferentes que convergen y al patrón que crean en un diálogo entre la tierra, el cielo y yo. La forma en que cada persona conoce estas historias es subjetiva; cómo esa persona la conoce en su momento y en ese lugar constituye un punto de vista único que es sagrado, una comunicación entre el bando de la tierra y el bando del cielo, entre la gente y el cosmos sentiente. Dos-nosotros estamos allí, pero cada uno ve historias diferentes. En ese momento las aves que nos sobrevuelan forman parte de la canción de la creación. Un satélite. Un avión. Dos nubes en el norte trazando curiosas espirales con forma de serpiente. A eso lo llamamos un «algo», una señal o un mensaje de los Ancestros. Pienso en la historia de las Dos Serpientes y dónde la escuché por primera vez, viajando desde Gundabooka, en el noroeste de Nueva Gales del Sur, hacia la costa. Por encima de mí veo a Marte y a Venus y los reconozco como los ojos del creador, que en muchas regiones meridionales ve durante el día a través de los ojos del águila y por la noche a través de esos planetas. Cerca de la frontera de Nueva Gales del Sur y Queensland se celebra periódicamente una ceremonia a la que Murris trae ópalo rojo de Quilpie y ópalo azul de Lightning Ridge, uno del norte y otro del sur, para unir a Marte y a Venus como ojos del creador. Pienso en esto y en otro lugar más al sur, cerca de Walgett, donde los ojos del águila son dos agujeros profundos en la roca. Pienso en la relación totémica de mi mujer con el águila y en que ella encarna esa conexión. Sigo expandiéndome en el cielo a través de esta red de conexiones entre las comunidades terrestres y el territorio del cielo. Allá arriba hay rocas vivientes igual que las hay aquí abajo y las zonas oscuras que hay entre las estrellas no son un espacio vacío, sino territorios sólidos que tienen masa y sensibilidad, y reflejan lugares y épocas de la tierra. Puedo ver cuál es el patrón allá en lo alto, hasta el instante en que trato de escribirlo, momento en que se desvanece como el humo. En apariencia, no hay mucho de utilidad aquí. Estas cosas nos permiten afirmar: «Mira, somos astrónomos desde hace miles de años, así que nuestro conocimiento importa. Habéis destrozado todo esto, hatajo de cabrones». Más allá de eso, ¿qué conocimiento podemos compartir para arrojar luz sobre la sostenibilidad y otras cuestiones complejas? Juma Fejo me cuenta que en la creación todo tiene un Tiempo del Sueño, incluso los limpiaparabrisas y los teléfonos móviles, así que, ¿por qué nuestro conocimiento de la creación debe quedar congelado en el tiempo como si fuera un artefacto? Las piedras de la tierra y del cielo, todas esas historias y sus conexiones, nos dicen más que el mero hecho de que llevan existiendo durante un determinado número de milenios. Nos hablan de cómo tratar las complejidades y debilidades de las sociedades humanas, de cómo limitar los excesos destructivos de estos sistemas y, lo más importante, de cómo tratar a los idiotas. Para descubrir ese conocimiento tenemos que ponernos prácticos. Para empezar, podríamos probar con un poco de escritura en la arena; fijémonos en uno de los símbolos del Anciano Juma. Los dos símbolos que hay dentro del hexágono representan cosas diferentes, más que su significado matemático, más reciente. Por separado, son los signos de los marsupiales (<) y de las aves (>), entendidos como diferentes categorías totémicas de carne, según la dirección en la que flexionan las patas a la altura de la rodilla. Juntos (< >) representan a los dos únicos mamíferos placentarios autóctonos de este continente, los seres humanos y los dingos. Crean una forma que muestra las reglas del matrimonio en un sistema de parentesco. Desde otra perspectiva pueden formar el símbolo para referirse a las Cosas de Hombres. También muestran un punto de impacto, un evento de la creación asociado con la constelación de Orión (que en todos los lugares del mundo es siempre un cazador, o un guerrero), un big bang producido por el Equidna en lucha contra la Tortuga. El trauma que este suceso produjo hizo que el bando del cielo y el bando de la tierra se separaran y que el universo iniciara ciclos profundos de expansión y contracción, como la respiración, siguiendo un patrón que da forma a todo. El patrón del big bang, ese punto de impacto inicial, no es algo que se produzca solo a la escala masiva del universo, sino que se repite infinitamente en todos sus territorios y regiones. Muchas historias de creación aluden a este punto de impacto, representado a menudo por una piedra en el centro del lugar y de la historia. El Uluru es una piedra que se encuentra en el centro de la historia de este continente, un patrón repetido en las historias diversas e interconectadas de muchas regiones más pequeñas, que en nuestro cuerpo se refleja en el ombligo y que después desciende hasta zonas cada vez más pequeñas en el nivel cuántico de nuestra cosmología. Según esta forma de conocimiento no hay ninguna diferencia entre uno mismo, una piedra, un árbol o un semáforo. Todo contiene conocimiento, historia, patrón. Para acomodarnos en esa historia, para discernir el patrón, tenemos que empezar por examinar las rocas. No nos serviría de nada decir «el granito es una roca ígnea y cristalina formada por cuarzo, feldespato y mica». Tampoco serviría de nada deambular por ahí con una camiseta teñida con la técnica tie-dye abrazando las rocas y pidiéndoles que difundan sus secretos comulgando con nosotros a través de los piercings de nuestro ombligo. Hay que mostrar paciencia y respeto, no acercarnos directamente, quedarnos sentados un rato a su lado y esperar a que nos invite. Así que quizá podríamos escribir primero un poco más en la arena antes de ponernos con el asunto de las rocas y a quién se le permite saber de ellas y cómo ese conocimiento podría ayudarnos a sobrevivir en la actualidad. Pasé mucho tiempo dibujando una y otra vez ese símbolo del ave y el marsupial, hilando historias sobre ese símbolo con diferentes personas y, finalmente, fabricando un hacha de piedra para almacenar en ella lo que comprendí. Tardé un año. La razón por la que tardé tanto era que no dejaba de volver una y otra vez sobre aquellos dos tipos de patas, que en mi imaginación formaban una imagen de un Emú y un Canguro. Como si fuera una imagen del...