Brague | Manicomio de verdades | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 70, 192 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

Brague Manicomio de verdades

Remedios medievales para la era moderna

E-Book, Spanisch, Band 70, 192 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

ISBN: 978-84-13-39380-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



En este nuevo libro, el filósofo francés Rémi Brague señala cuál es el problema fundamental de la modernidad: ha dejado de considerar el mundo creado y la humanidad como intrínsecamente valiosos.

En vista de ello, el autor explora en Manicomio de verdades la idea de que la humanidad debe regresar a la Edad Media. No la Edad Media del presunto atraso y barbarie, sino una Edad Media que entendía la creación —incluidos los seres humanos— como el producto de un Dios inteligente y bondadoso. Los desarrollos positivos que se han producido dentro del proyecto moderno ya no se basan en un proyecto racional porque la existencia humana en sí ha dejado de ser el bien que alguna vez fue.

Brague se remite a nuestros antepasados intelectuales del mundo medieval para presentar un argumento razonado de por qué la humanidad y las civilizaciones son bienes que vale la pena promover y preservar.


"¿Qué pasa con las virtudes o ideas —o más bien verdades— que [la modernidad] ha llevado a la locura? Mi tesis es que hay que liberarlas de la camisa de fuerza, sacarlas del manicomio y devolverles su cordura y dignidad".
Rémi Brague
Brague Manicomio de verdades jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


Introducción El polifacético novelista, ensayista y agudo inglés G. K. Chesterton (que falleció en 1936) describió el mundo en el que vivimos, es decir, «el mundo moderno», con una frase que se hizo famosa, por no decir que se volvió trillada, en algunos círculos. Según él, el mundo moderno está «lleno de viejas virtudes cristianas que se volvieron locas»1. Permítanme partir de esta caracterización. Esta ocurrencia a menudo se cita erróneamente sin delinearla bien, como si no se refiriera a las «virtudes», sino a «ideas» o «verdades». Sin embargo, nos debemos andar con cuidado, ya que resulta necesario corregir la formulación original, mientras que esta última, la más amplia, es, en definitiva, la más profunda y verdadera. Chesterton explica la causa del enloquecimiento de las virtudes inmediatamente después: «Enloquecieron las virtudes porque fueron aisladas unas de otras y vagan por el mundo solitarias». Pero no nos dice en qué consiste esta locura, y la razón de esto reside en que ya nos había dado una respuesta muy sensata un poco antes en el mismo libro: «Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón»2. El mundo moderno se enorgullece de ser completamente racional. Pero quizás se haya metido en el mismo berenjenal que el pobre tipo que describía Chesterton. Y no por ensalzar la razón, sino por hacerlo en detrimento de otras dimensiones de la experiencia humana, privando así a esta del contexto que la hace significativa. Continuaré con esto más adelante. Ahora me gustaría plantear una cuestión: ¿tiene sentido hablar de «virtudes cristianas», virtudes con las que no pecamos de irresponsables al tildarlas de «cristianas», es decir, virtudes que se supone que son específicamente cristianas y que no podrían encontrarse fuera del cristianismo? Yo respondería que no. Veinte años después, Chesterton matizó implícitamente su precipitada frase y escribió una fórmula mucho más afortunada: El hecho es este: que en el mundo moderno en el que vivimos, con sus modernos movimientos, sigue presente el legado católico. Se siguen usando y gastando las verdades que lo sostienen fuera del viejo tesoro del cristianismo. Incluidas, por supuesto, muchas de las verdades conocidas por los antiguos paganos pero que acabaron cristalizando en el cristianismo. Por eso no está despertando nuevos entusiasmos. La novedad es una cuestión de nombres y marcas, como sucede con la moderna publicidad; y en casi cualquier otro sentido, la novedad es simplemente negativa. No se están desarrollando nuevas ideas frescas que nos lleven hacia el futuro. Al contrario, se están recogiendo viejas ideas que no pueden llevarnos hacia delante en modo alguno. Para eso están las dos marcas de la moralidad moderna. La primera, la que tomaron prestada, o bien arrebataron de las manos de los hombres antiguos o del medioevo. La segunda, la que marchitaron rápidamente en las manos modernas3. Según Chesterton, y siguiendo la estela de autores anteriores como A. J. Balfour o Charles Péguy, el mundo moderno es básicamente un parásito que aprovecha las ideas premodernas4. Se prestará atención al importante apéndice según el cual la herencia medieval incluía, «por supuesto, muchas verdades conocidas en la antigüedad pagana, pero que cristalizaron en la cristiandad». Ese lánguido «por supuesto» está lejos de ser evidente o, al menos, de ser comúnmente admitido, pues mucha gente insiste en la ruptura radical entre la era «pagana» y la «cristiana». El cambio del mundo antiguo y la cosmovisión a lo que le siguió, un período generalmente llamado «Edad Media», se puede pintar de diferentes colores, incluyendo la representación moderna de la tábula rasa que nos permite partir de cero. Sea como sea, sigue teniendo validez la tesis básica, es decir, que el mundo moderno no deja ileso el capital del que vive, sino que lo corrompe. Porque da un giro particular a cada uno de los elementos que toma prestados de los mundos anteriores para subordinarlos a sus propios objetivos. Tres ideas enloquecidas Permítanme dar algunos ejemplos de ideas premodernas que el pensamiento moderno retomó y que este hizo enloquecer. A bote pronto me vienen tres a la cabeza , pero puede que haya más: (a) La idea de la creación como obra de un Dios racional subyace en la suposición de que los seres humanos pueden entender el universo material. Pero el pensamiento moderno prescinde de la referencia a un Creador y corta el vínculo entre la razón supuestamente presente en las cosas y la razón que gobierna o al menos debería gobernar nuestras acciones. Este desgarro del tejido racional produce lo que yo llamaría, si me permiten hacer un juego de palabras, un logos low-cost. Fomenta la renovación de una especie de sensibilidad gnóstica. Somos forasteros en este mundo; nuestra razón no es la misma que la que impregna el universo material. La razón humana debe tener como objetivo principal preservar su fundamento en la vida humana. Por lo tanto, debe suponer que la existencia de la humanidad es algo bueno, que su surgimiento a través de la agencia intermedia de procesos evolutivos, desde el «pequeño estanque cálido» de Darwin o incluso desde el Big Bang hasta ahora, ha de aprobarse. (b) El pensamiento moderno adoptó la idea de providencia, pero la «secularizada», y la deformó5. El hombre del ómnibus Clapham6 sigue creyendo en el progreso y, aunque tenga que admitir sus fracasos, se sorprende y se indigna cuando las cosas salen mal. Creemos, más o menos, que podemos hacer lo que queramos, dejarnos llevar por cualquier capricho, y la humanidad encontrará la manera de escapar de las nefastas consecuencias que tendrán a largo plazo las políticas que seguimos. Dejamos que la próxima generación haga puenting, y esperamos que alguien le abroche el elástico o le dé un paracaídas para que se lo ponga durante la caída. No engendramos hijos, pero esperamos que la cigüeña nos traiga nietos para que puedan limpiar nuestro desorden ecológico y, no olvidemos, pagar nuestra jubilación. (c) Se mantuvo la idea de solicitar piedad y pedir perdón por nuestros pecados, y hasta anda desbocada en los países europeos. Todavía vivimos en una «cultura de la culpa» (Ruth Benedict). Incluso parece que estamos presenciando un extraño regreso de las grandes procesiones de flagelantes que tenían lugar durante la Peste Negra, con la diferencia de que preferimos azotar a nuestros antepasados en lugar de dejar marcas en nuestra propia espalda. En cualquier caso, el arrepentimiento no está ligado a la esperanza de ser perdonados. De ese modo obtenemos una especie de perverso sacramento de confesión sin absolución. Está claro que reconocer nuestras deficiencias o incluso nuestros delitos y pedir perdón es un comportamiento noble y necesario. Pero roza lo patológico cuando no hay autoridad que pronuncie las liberadoras palabras de absolución. El proyecto El mundo moderno interpreta las ideas que corrompe en una clave particular, que en otro lugar he tratado de describir como el proyecto de la modernidad, o más bien la modernidad como proyecto, en contraposición a lo que he llamado una tarea7. Un proyecto es algo que decidimos emprender, mientras que una tarea nos la confía una potencia superior: la naturaleza al estilo pagano, o Dios al estilo bíblico. Supongamos, ahora, que el mundo moderno sienta sus cimientos en un proyecto que está condenado a fracasar a la larga porque carece de legitimidad: el objetivo de esta empresa, desde que Francis Bacon diera el toque de corneta, es entregar muchas cosas extremadamente buenas a los seres humanos, como salud, conocimiento, libertad, paz y abundancia. Esto es muy para su mérito, y lejos de mí soñar con deshacernos de logros que sin duda son bendiciones, incluso si la realidad sigue sin cumplir muchas expectativas. Pero hay un inconveniente: la cosmovisión moderna no puede proporcionarnos una explicación racional de por qué es bueno que haya seres humanos que disfruten esas cosas buenas8. La cultura que se halaga a sí misma con la soberanía de la sobria razón no puede encontrar razones que justifiquen su propia continuación. De ser este el caso, si el mundo moderno no puede garantizar su perpetuación, ¿se verán envueltos en este naufragio todos los bienes en los que se embarcaron de cualquier manera? Y, en particular, ¿qué pasa con las virtudes o ideas —o más bien verdades— que ha llevado a la locura? Mi tesis es que hay que liberarlas de la camisa de fuerza, sacarlas del manicomio y devolverles su cordura y dignidad, una dignidad de naturaleza premoderna, es decir, arraigada en la cosmovisión antigua y medieval. ¿Volver a la Edad Media? En otra ocasión he presentado la bastante provocativa tesis de que lo que necesitamos es una nueva Edad Media9. No me refiero con esto, ciertamente, a la imagen totalmente negativa de la supuesta «Edad Media», porque esta imagen es en sí misma el resultado de la guerra propagandística que ha librado el proyecto moderno en busca de su propia legitimidad contra un hombre de paja10. El período medieval, tal y como la investigación histórica nos permite conocerlo mejor, fue una época en la que la riqueza y la miseria, la innovación y la conservación, la iluminación y la...


Rémi Brague (París, 1947) es profesor emérito de Filosofía Medieval en la Sorbona de París. Fue titular entre 2002 y 2012 de la "Cátedra Guardini" en la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich. En 2012 recibió el premio Ratzinger, considerado oficiosamente como el Nobel de Teología.
Especialista en la filosofía medieval judía y árabe, ha investigado asimismo sobre la filosofía griega (Platón y Aristóteles). Entre sus obras más importantes se encuentran Aristote et la question du monde, y Europe, la voie romaine, traducida a 17 idiomas. Ediciones Encuentro ha publicado en español varias de sus obras, entre ellas su trilogía "mayor", La sabiduría del mundo (2008), La Ley de Dios (2011) y El reino del hombre (2017), fruto de 15 años de investigación, además del libro entrevista ¿A dónde va la historia? (2016) y En medio de la Edad Media (2013).


Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.